Corrían los años 20 del siglo pasado cuando Henry Ford selló un acuerdo con el gobierno brasileño para recibir un millón de hectáreas en concesión y libres de impuestos a orillas del río Tapajós, en cercanías de la ciudad de Santarém. El magnate necesitaba obtener caucho a bajo precio para proveer de neumáticos a su industria automotriz, por entonces la mayor del mundo. Y la mayor plantación de árboles que producían ese polímero estaban allí, en plena selva amazónica. A cambio de la concesión, se comprometió a crear puestos de trabajo y a compartir el 9% de las utilidades luego de los primeros 12 años de producción.
Así nació Fordlândia, comunidad con un campo de golf -el Winding Brook Golf Course-, un hospital diseñado por un célebre arquitecto de Detroit, imponentes casas a lo largo de Palm Avenue para los directivos, amplios bungalows para los obreros, escuela, cine, salón de baile y hasta un cementerio. Hoy todo está en ruinas, saqueado y habitado por centenares de indigentes.
Tamaño fracaso tuvo sus razones. Por un lado, porque la gente de Ford no escuchó la voz de los expertos en agricultura, que recomendaban ciertos cuidados. El no hacerlo llevó a una proliferación de plagas que culminó con la destrucción de toda la plantación. Por otra parte, se intentó imponer a los trabajadores el estilo de vida puritano del medio oeste de la Unión, donde fumar y beber estaba prohibido, lo que produjo varios disturbios y la creación, en las cercanías, de la llamada "Isla de la inocencia", con bares y prostíbulos.
En 1945, Henry Ford devolvió las tierras al gobierno. El fracaso le costó US$ 20 millones de entonces; US$ 200 millones de hoy.
En la actualidad, Fordlândia atrae a algunos viajeros curiosos. Se llega tras unas cinco horas de navegación desde Santarém y como alojamiento la mejor opción es la Pousada Americana, hostal que cuenta con una excelente clasificación en TripAdvisor. No tiene televisión ni cortinas de baño, el jabón y las toallas son a petición, y los cortes de luz son periódicos. Pero a la gente le encanta por su limpieza, por la calidez de su propietario, Guilherme Lisboa, el alcalde "de facto" del pueblo, y por los deliciosos platos que elabora su esposa Rita.
Recorrer las calles de este pueblo fantasma es toda una experiencia que inspiró, por ejemplo, al argentino Eduardo Sguiglia a escribir la novela "Fordlândia, un oscuro paraíso" y al irlandés Jóhann Jóhannnson a componer un álbum con sonidos clásico-contemporáneos enteramente dedicado a la fallida epopeya de Henry Ford.
Quienes gustan de la pesca deportiva estarán aquí de parabienes: las aguas del Tapajós esconden excepcionales trofeos. Es también "el" lugar para los apasionados por el avistaje de aves, ya que la selva alberga a miles de especies.
Este trunco proyecto es, por sobre todas las cosas, testimonio de la insensatez de tratar de dominar al ecosistema selvático y a la voluntad del hombre. El dinero no todo lo puede.
General
Fordlândia, un sueño tropical que no pudo ser
El fallido intento de Henry Ford de recrear décadas atrás una típica ciudad estadounidense en plena selva amazónica es hoy una curiosa perla turística que seduce a viajeros con espíritu aventurero.
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